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El Señor oscureció a Sion, pues su enojo era como una nube oscura; acabó con la hermosura de Israel hasta volverla nada. En el día de su enojo, ni siquiera se acordó de la posición de privilegio que goza esta ciudad.

El Señor destruyó sin piedad todas las casas de Israel. En su ira derribó las fortalezas de la capital de Judá. Echó por tierra tanto el reino como a sus príncipes.

Deshizo todo el poderío de Israel cuando dio rienda suelta a su cólera. No nos protegió más cuando el enemigo llegó a atacarnos. El Señor acaba con Israel por todos lados como si fuera un incendio fuera de control.

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